Felipe siempre había sentido que le faltaba algo y muchas noches se había sentido legítimamente mal. Su vida había sido siempre sencilla. Tenía una familia amorosa, una esposa que lo amaba, una hermosa casa y un buen empleo. Sin embargo, ese hueco que sentía en medio del pecho, cada vez era más frecuente y le producía una inmensa nostalgia por algo que no sabía qué era. Preocupado y en absoluto secreto, acudió a ver a un psiquiatra. Tal vez necesitaba ayuda profesional. El doctor Ramírez era un psiquiatra de renombre, especialista decían, en casos poco comunes. Tuvo suerte en conseguir una cita y al llegar al consultorio se acercó a la secretaria, una mujer joven de edad indeterminada con una mezcla felina y angelical que se refugiaba detrás de unas gafas de montura redondeada. El uniforme negro contrastaba con el blanco y la decoración minimalista dominante en la sala.
—Cinco de octubre —le indicó como único dato identificativo.
Para garantizar el anonimato tan solo se atendía un caso al día y aseguraban que los datos personales no se guardaban en ningún archivo ni expediente. La mayoría de pacientes eran eminencias o personas con un elevado poder adquisitivo dado el precio desorbitado. Recordó que garantizaban que en una consulta solventaban cualquier tipo de malestar o dolencia y que, de no ser así, devolvían el dinero. En cierto modo ese aspecto le tranquilizó y despejó las dudas que le atenazaban. No quería convertirse en uno de esos tipejos que caían en los grandes timos de la vieja escuela. Además, nadie admitía haber pasado por aquella clínica, pero todos conocían su existencia y alababan las virtudes del psiquiatra Ramírez.
Cuando Felipe entró al despacho, el doctor Ramírez se hallaba de espaldas mirando por la ventana. Al encontrarse en la última planta del rascacielos las vistas de la ciudad resultaban impresionantes. Se resistió a la tentación de echarse un vaso de wiski que vio en un lujoso mueble bar ubicado a la izquierda y de acercarse a admirar el paisaje urbano. «No estaba allí para eso», se sermoneó.
El psiquiatra se giró con parsimonia, echó un vistazo rápido al atuendo del visitante: un traje caro que parecía prestado, le quedaba largo y holgado. Hizo un gesto para que tomara asiento y prolongó el silencio hasta sobrepasar el límite de la incomodidad.
—¿Por qué eligió como pseudónimo cinco de octubre?
—Hoy es cinco de octubre me pareció una opción plausible.
—En realidad no. Hoy es cinco de abril —giró el almanaque que tenía sobre el escritorio para que comprobara el dato. Lo hizo y acto seguido descolocado ante tamaña imprecisión buscó la agenda de su móvil para confirmar la fecha. Sintió un crujido e el cerebro y un dolor agudo en todos los huesos de su cuerpo como si estuvieran abriéndose camino en su carne.
—Para que el tratamiento sea efectivo deberá decirme cuál es el verdadero motivo por el que está aquí. Le recomiendo que sea sincero conmigo y con usted mismo; así evitaremos perdidas de tiempo y de dinero por ambas partes. Me comprende, ¿verdad? —Hizo una pausa magistral que acompañó de la melodía natural del agua al rellenar dos vasos con agua. Dio un largo sorbo antes de proseguir. —Como ya sabe, cuando terminemos no quedará constancia en ningún archivo sobre usted, por lo que no debe preocuparse por temas de confiablidad. Nadie sabrá que estuvo aquí. Así que volveré a preguntarle: ¿por qué ha elegido nombrarse con esa fecha?
—No lo sé, doctor. No recuerdo nada especial sobre ese día. —Dedicó unos segundos para ratificar lo que acababa de decir y fue incapaz de rescatar ningún hecho que pudiese encuadrar en ese día. —Supongo que lo dije al azar como podría haber dicho cualquier otro día.
—En la mente humana casi nada puede firmarse en nombre del azar —dictaminó con media sonrisa amparado en los títulos que colgaban en el despacho. —Háblame sobre los motivos que le condujeron a pedir cita.
Felipe se llevó la mano al pecho de forma instintiva y decidió no andarse por las ramas.
—Desde hace un par de semanas noto un hueco en el pecho que me produce tristeza. En los dos últimos días ese hueco ha ido ganando terreno en mi interior y, al igual que un agujero negro me ha ido consumiendo la vitalidad. Cada día que pasa me siento más y más pequeño. Llevo una semana realizando mediciones de mi talla y peso y he menguado más de quince centímetros y mi peso ha ido disminuyendo de forma proporcionada.
El paciente sacó del bolsillo varios montones grapados de tickets ordenados por establecimientos. El doctor apreció que cada montón guardaba el mismo orden cronológico con apenas unos minutos de diferencia entre unos y otros.
—Al principio imaginé que se trataba de un fallo en la máquina, por eso realicé las mediciones en distintos lugares. —Se adelantó a la siguiente pregunta del médico. —Siempre me peso descalzo y con un peso similar de ropa por lo que descarté que la ropa y el calzado fueran los elementos que distorsionaban el registro.
—¿Ha acudido a su médico de cabecera para descartar alguna patología? —preguntó a sabiendas de cuál sería la respuesta, era mejor seguir el protocolo.
—No. Ningún miembro de mi familia se ha percatado de estos cambios. —Se sacudió sus pensamientos con un deje de ironía. —Estoy seguro de que si acudiera al médico de cabecera y le menciono lo del hueco en el pecho y la tristeza que me acarrea me remitiría a un psiquiatra, como es su caso, y con toda probabilidad si le comentara lo del cambio de peso y estatura añadiría una camisa de fuerza a la transacción.
—Ya veo… Es un caso poco común por lo que realizaremos una terapia poco común. —Abrió el cajón y sacó unas cartas del tarot de Marsella. Advirtió un cambio en el semblante de su acompañante como era de esperar. —No se preocupe, no seré yo quien le eche las cartas. Haremos una tirada básica y será usted quien me diga qué le sugiere cada una. Es una forma tan buena como otra para abrir la mente. Le sorprenderá los resultados.
El doctor Ramírez barajó el mazo y pidió que las cortara. Sacó la primera carta: el tres de espadas.
—¿Qué le sugiere esta carta en relación a su pasado inmediato?
Felipe notó como el hueco del pecho empezaba a palpitar y un dolor agudo en los huesos, se figuró que en ese instante estaba menguando un par de centímetros. Sacó un pañuelo para secarse el sudor de la nuca y de la frente.
—Deje su mente libre de prejuicios y dígame qué ve —insistió el médico.
—Lucha. Soledad. Languidez. Me sentía poca cosa. Todo iba de mal en peor. Mi esposa quería pedirme el divorcio, mi jefe despedirme y las facturas se acumulaban. Costara lo que costara, resolví cambiar el traje de perdedor por otro que se amoldara a lo que todos esperaban de mí. ¿Cómo podría decirle…? —Sopesó las ideas que circulaban en su cerebro y decidió seguir las indicaciones previas y no manipular el discurso. —Para obtener el éxito no existen manos amigas ni falsos atajos. Sin duda, el único modo de progresar es aprovecharse de las oportunidades que te brinda la vida. Y eso hice. No siempre fui del todo honesto, por decirlo de algún modo; no obstante, no me arrepiento, cualquiera habría hecho lo mismo de estar en mi lugar. No le debo nada a nadie.
—¿Está seguro? —Sacó la siguiente carta: la justicia invertida y la acarició con sutileza.
Felipe se revolvió en la silla, tragó saliva y se llevó amabas manos al rostro para tapar sus ojos y acallar la sentencia metálica que provenía del agujero negro de su pecho y que había sido su mantra hasta que su suerte cambió: «haría cualquier cosa por conocer durante seis meses lo que es sentirse en la sima del mundo». Se vio así mismo en retrospectiva seis meses atrás frente al calendario, un cinco de octubre, en su oficina haciendo aquella promesa justo antes de entrar al despacho de su jefe para que le entregara la carta de despido. Aquella reunión acabó con un ascenso y esa misma noche su mujer rompió los papeles del divorcio y se concedieron una noche de festejos de diversa índole.
—¡No es posible! —murmuró en voz queda el paciente.
—¡Dígame! ¿Qué ha visto?
—He visto a la Justicia reclamándome justicia. El saldo de una deuda pendiente, eso es lo que significa el hueco de mi corazón.
—No le comprendo, explíquemelo —mintió.
—¿Usted cree en la justicia divina o en los pactos…? —Un escalofrío que nacía del espinazo le impidió terminar la oración.
—Con el diablo —completó Ramírez. Felipe afirmó con la cabeza. —Da igual en lo que yo crea, lo importante es lo que crea usted. Intuyo que piensa que tiene una deuda pendiente con algún ser no tangible.
—Sí —musitó. —Con el mismísimo Satán.
El psiquiatra sacó la ultima carta que hacia referencia al futuro: la estrella.
—¿Qué me dice de esta carta?
A Felipe se le inundaron los ojos de lágrimas y el miedo quedó petrificado en su rostro.
—El cielo y el infierno barajando de nuevo mis cartas.
—¿Y quién cree que tendrá las de ganar?
—He hecho demasiadas cosas… No existe redención para mí y tampoco cabría en ninguno de los círculos del infierno.
El doctor Ramírez pasó las manos sobre las cartas y estas comenzaron a barajarse en el aire flotando entre haces de luces que evocaban a la aurora boreal. Con cada carta que se posaba en la mesa, el cuerpo y el rostro de Felipe se desprendían de la humanidad que había vestido como un traje que le quedaba demasiado grande y mostraba su verdadera esencia: un demonio.
—No debes preocuparte por eso. He creado un nuevo círculo del infierno en la tierra y quiero ponerte al frente.
Observaciones:
-Intro en cursiva propuesta por @MaruBV13.
-Título del texto: un caso poco común.
-Extensión en torno a las 1 500 palabras.
-Comenzamos con el mismo inicio y cada autor o autora le da un final distinto.
Una maravillosa historia. Me ha encantado ese final espectacular (tu especialidad). Qué gusto tener la oportunidad de escribir contigo.
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Muchas gracias, Maru. Me encantan tus intros dan mucho juego.
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Excelente. Me encantó el argumento y cada paso de la historia. Muy dinámica y misteriosa. Super original. Eres estupenda (lo dice una fan y amiga)😍😍👏👏👏👏👏👏
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