CAPÍTULO 3
MÁS MAL QUE BIEN
Llegó ese día en el que el cielo y el infierno decretaron abrir sus puertas y dejaron sueltas a todas las criaturas para que merodeaban por la tierra a sus anchas. Los demonios plantaron la semilla de la discordia y, los otros, de la sospecha; porque a largo plazo todos esperaban que cualquier gesto de bondad se convertiría tarde o temprano en un intercambio de favores. Un préstamo. Ese Gran pacto, lleno de matices y letra pequeña, incluía salida, pero no entrada; y eso significaba que la perversión y la maldad nunca regresarían al infierno. Del mismo modo que la energía, cuando la escoria moría o acababa entre rejas ya había contado con tiempo suficiente para traspasar el veneno que fueron a otras almas. Y sabiendo todo eso, en su pesadilla, él abría las fauces del infierno. El resto de la noche vagaba por calles desconocidas marcando las casas que serían tocadas por el mal. Cuando sellaba la última vivienda, la de su hija, Doron Ferrer despertaba envuelto en sudor y miedo.
Ferrer era un perro viejo, de sus cincuenta y seis años, más de treinta había estado trabajando como policía. Tenía el rostro ovalado y su pelo gris plata había retrocedido unos centímetros en favor de una frente más amplia. Su labio inferior, demasiado fino para su gusto, lo disimulaba con una barba donde el blanco predominaba en el mentón. Mirada apagada, amor desvanecido y sueños muertos. Su esposa Hazel hacía mucho tiempo que lo miraba sin verlo. Sabía que ella tenía un amante. A veces la seguía y contemplaba su saludo en forma de beso. Con cada uno de esos besos sentía como un fragmento de su corazón se evaporaba. Aún le quedaba suficiente corazón y la seguía amando. Aún le quedaba suficiente corazón para sufrir cuando ratificaba que el destino de su boca no era él y que la cercanía entre dos corazones no la daba dormir en el mismo lecho.
Durante unos instantes se abandonó en el mundo de las mentiras: «es algo pasajero. Llevamos más de treinta años casados y toda la vida de novios. Solo es una canita al aire. La mayoría de matrimonios pasan por esta encrucijada y acaban superándola. También lo haremos nosotros». Siguiendo el guion la cruda realidad batallaba por imponerse. Llevaban más de cuatro meses juntos, menos del tiempo que habían yacido juntos la última vez como marido y mujer. Antes de Cero, no quedaba nada. Recurrió a las maldiciones de siempre para culminar en preguntas y autorreproches. ¿¡De entre todos los hombres tuvo que elegir a Cero, a un clon de corte militar con más músculo que cerebro!? Un individuo que usaba el silencio como arma y salvoconducto para no delatar que carecía de opinión propia. ¿En qué lugar quedaba? Quedaba reducido a menos que cero. Ambos se reían de él a su espalda. ¿Cómo iba a atrapar al Buitre si no era capaz de mantener el control en su propia casa? Para más inri, su compañero se tiraba a su esposa. ¿Y qué hacía él mientras? Esperar. ¿Esperar a qué?
—El jefe quiere verte en su despacho —anunció Frankie. Tardó más de lo debido en reaccionar y acabó dando las gracias a una silueta que se perdía con soltura entre las mesas de la oficina.
La puerta estaba abierta cuando llegó. Al entrar vio a Cero de pie, al lado de una enorme planta de plástico. Ambos compitiendo en altura y artificialidad.
El comisario, Colton Teagarden, lo miró con desprecio cuando hizo el amago de sentarse sin previa invitación.
—Quiero el caso cerrado en mi mesa. Es la última vez que te lo repito —amenazó.
—Pero…
—No hay peros ni indicios. Yo solo veo pruebas incriminatorias. —Colton desperdició algunos minutos en enumerar lo que tenían. —Encontramos a la chica donde el detenido dijo que estaría. Es imposible que conociera ese dato sino es el Buitre o está implicado de algún modo. Charis dijo que el rostro de Paolo se le aparecía en sus pesadillas y estaba segura de que no lo había visto antes. —El comisario omitió que la chica dijo que no había visto a su atacante, así que el rostro del detenido pudo entrar en su subconsciente de cualquier otro modo. —Durante el periodo que lleva entre rejas no han desaparecido más chicas. —Resopló asqueado ante la ineptitud. —Es un caso cerrado. Quiero el informe en mi mesa en una hora.
—Él no lo hizo —expuso Doron.
—¡No me digas más! —gritó el comisario. Restos de saliva escaparon junto a su indignación: —¿De verdad crees que Paolo habla con los muertos? ¡No estamos en una puta película! Las mujeres que ha raptado, mancillado y descuartizado son reales. —Abrió el informe de pruebas y desplegó las fotografías de dos de las chicas que habían hallado. Doron tragó saliva e intentó dominar las náuseas que les provocaban las imágenes. —Redujo su cuerpo a pedazos no más grandes que la palma de mi mano y los arrojó a comederos de buitres, como desperdicios humanos, para que las bestias terminaran el trabajo. Las familias necesitan descanso y saber que el monstruo que le hizo eso a sus niñas está cogido por los huevos. —¡Abre los ojos! —prorrumpió Colton. Miró a Cero y luego a Ferrer.
Doron se tomó la licencia de compartir sus pensamientos, no tenía nada que perder.
—Ya veo cómo están las cosas, parece que todo el mundo sabe la aventura de mi mujer con… —Levantó la mano para señalar a Cero. Este retrocedió un paso y su cabeza topó con las hojas de la planta. Se sacudió y recuperó la posición. En cuestión de segundos la incomodidad inicial fue sustituida por su pose regia. —Esto no tiene nada que ver con eso. Sé que no…
El comisario le interrumpió de nuevo. Obvió aquella revelación por el momento y fue directo al grano.
—Te haré una pregunta sencilla, Ferrer, ¿vas a presentarme el informe que te he pedido en una hora? —recalcó el periodo de tiempo disponible.
—No —contestó.
El comisario leyó en los ojos su verdad: no creía que el detenido fuera el culpable.
—No me dejas otra opción. Estás fuera del caso. Cero realizará el informe. —Teagarden frenó la intención de réplica con un gesto que lo cambiaría todo. —Como medida preventiva os asignaré un nuevo compañero a cada uno. Los asuntos de faldas los arregláis fuera de estas cuatro paredes, ¿entendido? —Los dos asintieron—. No estaría de más que uno de los dos pidiera traslado a otra comisaria. Decididlo entre vosotros a piedra, papel o tijeras, cara o cruz, o como si lo hacéis a golpes, pero que sea fuera de la comisaría. Antes del cierre de esta jornada quiero saber quién se irá o seré yo quién os traslade a los dos adjuntando un expediente disciplinario.
A Colton le pareció que esos dos policías personificaban el hielo y el fuego. Cero ni siquiera había mirado las fotografías mientras que a Ferrer le costaba apartar la mirada inyectada de odio. Era consciente de que el inspector Doron quería cazar al Buitre y seguía pensando que no tenían al hombre que perpetró los crímenes en el calabozo. Recordó los titulares de los periódicos y telediarios cebándose con la noticia y aludiendo a la ineficacia de su departamento. Las declaraciones de las familias pidiendo clemencia y que les devolvieran a sus hijas. Todas ellas compartían una pérdida y aprenderían que su vida había quedado reducida a dolor y silencio. Porque cuando se padecía algo así, todo lo que no fuera silencio estaba de más. Y por encima del silencio querían justicia y que el asesino se pudriera entre rejas; y él, les concedería ese deseo.
Doron Ferrer pidió a Frankie un pitillo. Hacía mucho tiempo que lo había dejado; no obstante, le pareció la excusa más plausible para escapar cinco minutos de la comisaría. Se negó a que lo acompañara, seguramente habría escuchado la conversación y quería fumarse un cigarro para autocompadecerse sin tener que dar explicaciones o recibir consejos no requeridos. La primera calada le supo a infierno, el sabor que se merecía. Había permitido que toda su vida se desmoronara entre sus dedos. Se imaginó como una marioneta del tiempo, del mañana será otro día. Sin embargo, todos esos días eran distintos e iguales al anterior. Y los cambios deseados llegaron solos, como había pedido, pero no eran los solicitados. De regreso sacó un café de la máquina expendedora con sabor a plástico, porque ya había apurado toda la variedad que ofrecían y todos sabían del mismo modo. En su mesa encontró un sobre con su nombre. Lo sujetó extrañado. En el instante en el que se disponía a abrirlo surgió Cero de la nada.
—No voy a marcharme. —Omitió pedir disculpas, ni las sentía ni serían bien recibidas.
—Contaba con ello —indicó Ferrer.
Cero aguardó en silencio. Confiaba en que le proporcionaría lo que buscaba.
—Pediré el traslado —añadió Ferrer sin levantar la vista.
Cero dejó la documentación sobre la mesa. Dio tres golpecitos con el dedo para recolocar los papeles.
Ferrer se concentró en el sobre. Lo abrió. Había fotos de su hija trabajando en un Ikea en Suecia. Parecían sacadas de forma natural, sin los artificios propios del posado. Sonrió. Al fin había atendido a sus súplicas y le envió aquel regalo. Pensó que no podían haber llegado en mejor momento. Daban luz a toda la oscuridad que se cernía sobre él. Las giró para ver si le había dejado alguna de las dedicatorias que acostumbraba a poner: algún fragmento de un libro que estuviera leyendo o unos versos improvisados sobre la marcha. En primera instancia le parecieron letras sueltas inconexas. Recolocó las imágenes como si de un puzle se tratara y descubrió el mensaje: «Cierra el caso».
Alicia Adam
Yo creo que esta novelette va viento en popa y será una novela «gorda»🥰 La historia ya empieza a cuajar las características de los personajes y entre la intriga del objetivo base y las historias de cada uno de ellos, tiene mucha tela por dónde cortar. Me tiene maravillada, en serio. Bueno, a esperar otro capítulo…o el libro ya🤭🥰🥰🥰👏👏👏
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Gracias, Judith. Por ahora seguiré escribiendo capítulos. Intentaré que no acabe en «un gordito».
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Pues seguiremos cada capítulo 😉🤗🤗🤗
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