Café con un extraño (relato corto)

Entré a aquel café distraída y con un paso rápido. Un hombre de cabello blanco que sostenía un café en una mano y un croissant en la otra, se detuvo para darme el paso y los truenos y relámpagos celebraron aquel gesto de forma similar a los redobles de tambores, de tal modo que temí que el cielo se partiría por la mitad y acabaría aplastada por un fragmento antes de… ¡Qué estúpida! ¡Antes de nada! Anulé la boda a dos pasos del altar porque me carcomían las dudas. El amor y el paso del tiempo, con un anillo en el dedo, se anquilosa, muere. No creo que se transforme en otra cosa, no es como la energía, o quizás sí, pero esa otra cosa… ¿De verdad la quería en mi vida? No. Reprimo el rencor, las lágrimas ya derramé suficientes, rencor por la presión del anillo como en el la saga esa tan famosa. Sonrío con amargura ante la ocurrencia.

            Intenté distraerme observando con disimulo el entorno, no gran cosa en un día de alerta roja en Málaga solo los imprescindibles se atrevían a pisar un pie en la calle, quienes trabajaban o huían de sus patéticas vidas o de sus casas como yo; por tanto, en el establecimiento la clientela se reducía al señor del cabello blanco que me acababa de dar el paso y yo. Él dibujaba o escribía en un cuaderno. Quizás fuera escritor, pintor, o un asesino que planeaba el próximo crimen. Sangriento. En aquel instante mi rencor demandaba sangre y mi cuerpo lágrimas. Dio un sorbo de café y alcé la vista. La taza tembló y un trueno seguido de varios relámpagos cruzaron el cielo. Los ojos los tenía en blanco y hacía trazos de forma frenética, poseído por los recuerdos o por el futuro, lo supe al instante. Experimenté tanto miedo que quise salir de allí como alma que lleva el diablo, pero el gusanillo de la curiosidad alimentado por Lucifer siempre pesa más que el miedo. Y decidí esperarme a que terminara para acercarme.

            —¿Se encuentra bien, señor? —pregunté con más intriga que cordialidad. No pude evitar dirigir mi mirada al cuaderno con escasa sutileza.

            —Sí, gracias. —Cerró el cuaderno con celeridad e hizo el amago de levantarse. Supe que me rehuía la mirada y que mi presencia le incomodaba más de lo que cabría esperar incluso al tratarse, como era mi caso, de una perfecta desconocida. Algo no cuadraba. Apoyé mi mano en su brazo y él vencido recuperó los escasos palmos que separaban su cuerpo del respaldo de la silla. Dejó el cuaderno en la mesa y lo miró. Imaginé que era su forma de concederme permiso para que echara un vistazo y así me lo confirmó: —¡Ábralo!

            Miré con detenimiento el primer dibujo, que me pareció de una calidad artística impresionante: una niña de espaldas saltaba a la comba en un patio de recreo. Me recordó un fragmento de mi vida, cuando mi maestra me condujo al despacho de dirección y allí me esperaba mi padre con la orientadora del centro para comunicarme que mi madre había muerto. El segundo dibujo, era una muchacha adolescente con las manos tapaba su rostro. Remembré cómo me sentí cuando conocí las infidelidades de mi novio de aquella época y el abismo en el que me sumergí durante años. Cuando salí de aquella muerte en vida, me prometí que jamás volvería a pasar por aquello. Seguí mi camino entre las páginas y fui relacionando cada fotografía con retazos de mi vida; y sin embargo, en ninguna de ellas se veía mi rostro con nitidez. Podría ser cualquier mujer. Llegué a la última: la celebración de una boda, imaginé que se trataba de mi boda a pesar de que aún no se había celebrado y completé la historia en mi mente como había hecho con el resto. En la noche de boda descubría las infidelidades de mi marido y lo asesinaba a sangre fría mientras dormía. No diré cómo.

            —Dígame, ¿qué ha visto en ese dibujo? —El anciano colocó el dedo sobre la imagen de la boda.

            —Mi boda.

            —¿Y qué más? —insistió con nerviosismo. —Ha visto algo, ¿verdad?

            —Poco más —mentí sosteniendo la mirada. —¿Qué es este cuaderno y quién es usted?

            —No me está permitido contestar esas preguntas. Hágame caso y no se deje llevar por lo que haya visto….

            La camarera irrumpió:

            —Disculpad. Vamos a cerrar. Estamos en alerta roja y todo apunta a que seguirá lloviendo durante horas. —Contempló el dibujo de la boda y dijo: —Son unas flores preciosas, a pesar de que no me traen buenos recuerdos.

Miré de nuevo al cuaderno. Yo no veía ninguna flor.

Alicia Adam

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Sobre el texto @MaruBV13 hace las siguientes consideraciones:

—Título del texto.

—Intro de @MaruBv13 indicada en cursiva.

—El caballero parece dibujar o escribir en una libreta.

—Enlace a su entrada:      https://conjurandoletras.com/2019/07/07/cafe-con-un-extrano/

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18 Comentarios

  1. El hombre ilustrado, en este caso ilustrador, que es la personificación de la conciencia, esa reflexiva que es testigo y vigilante de nuestra existencia. Mira otra vez el dibujo, ahora que ya lo sabes, lo que verás seguramente te gustará más.

    Saludos

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