Entrevista a una hormiga (relato gótico)

Soy una hormiga obrera. No es una metáfora, lo soy. Mis vacaciones empiezan cuando el sol comienza a vaguear y apenas se nota en el horizonte. Entonces mi pueblo hace lo propio y descansamos. Somos discretas en este asunto para no perder la fama.

No obstante, el buen tiempo este año no ha hecho acto de presencia. Un verano con demasiados días de lluvia y pocos de recolección. No obtuvimos reservas suficientes y el hambre, lleva a tomar medidas arriesgadas. Aunque dada mi condición ni siquiera debería plantearme tales cuestiones; la reina da una orden y yo acato, sin preguntas ni objeciones.

En vísperas de Navidad, cuando la calle bulle como un hormiguero según el dicho humano, qué sabrán ellos, la reina me ordenó hacer una entrevista con un free lance, un tipejo de sangre fría, carnes blandas, excesivo bello corporal y con una afición enfermiza por hablar por encima del tono habitual para un ser de su especie. Resultaba desagradable en conjunto y, desde luego no ayudaba nada a cambiar ese concepto, la salivilla que desgranaba al pronunciar las «j» y las «r»; parecía que se les atascasen en la garganta y necesitara lubricarlas.

Me pareció descortés que tuviese la puerta cerrada cuando llegué. Es cierto que puedo pasar por debajo, pero no era la clase de recibimiento que esperaba. Al cruzar me encontré un tapón con agua y unas migas de pan en el suelo. Sin duda, otra nueva falta de respeto: No soy su mascota, soy una invitada. Miré a mi alrededor, dada la falta de higiene del lugar, tuve mis dudas sobre la procedencia del pan. Descarté la cortesía y añadí a su lista de cualidades: sucio y desordenado.

Enchufó el cableado y el aparato que se encargaría de traducir nuestra conversación al tiempo que se ajustaba una y otra vez la corbata y el pelo. Me señaló, sin mirar al suelo, hacia un cojín depositado para que me acomodase. Seguía sumando a la lista: descortesía y encantado de haberse conocido.

Sin más, empezó la entrevista:

—Grabando en tres, dos, uno…. ¡Buenas tardes, señoras y caballeros! Hoy en nuestro espacio: «Nos habla la naturaleza. ¡Escúchala!, contamos con un invitado sorprendente: Un hormiga».

Puso especial énfasis en «invitado sorprendente: Un hormiga». Las erres rebotaron como el redoble de un tambor cascado y terminaron en varios aspersores de saliva brotando entre los dientes. ¡Empezábamos bien! Las hormigas obreras o trabajadoras somos hembras, tenemos nombre que nos identifica dentro de nuestra colonia, galería y el puesto que desempeñamos. La reina me había prohibido replicar, no era aconsejable para nuestro propósito mostrarse gruñona. Así que atusé mi antena derecha y esbocé un gesto de condescendencia para el público.

—Gracias al prototipo de la doctora Rupias, nuestro profesional equipo conversaremos en directo. —La lista crecía: desconsiderado, poco informado y mentiroso. No había ningún humano más. —Ya sabrán que las entrevistas y las preguntas, se extraen de los correos electrónicos que llegan al programa, el que está apareciendo en la pantalla. —Describió una línea recta con el dedo índice en el aire. Tomó una fotocopia y leyó: —Pablo, desde Cáceres, nos envía la siguiente pregunta: «¿Cómo se inicia un nido?».

—Las nuevas reinas y machos alados de un enjambre, abandonan el nido para aparearse y formar otra colonia. Las hembras fecundadas buscan un lugar seguro. Allí se arrancan las alas y se encargan de poner los huevos y cuidarlos. Con el esperma guardado fertilizan de forma selectiva los huevos. —Expliqué aportando todos los datos memorizados. Nuestra reina, Sol, me prohibió especificar que los machos mueren después del vuelo nupcial. La fama a las mantis religiosas les preceden de forma despectiva y, consideró que era mejor no aportar datos para que establecieran una comparativa.

—En Soria, Sara nos plantea la siguiente pregunta: «¿Cuál es el mayor tamaño que ha alcanzado un hormiguero?».

—El profesor Seigo Higashi, descubrió en las costas de la isla japonesa de Hokkaido una súper colonia de hormigas de 18 km de largo, de más de 45 nidos unidos mediante puentes y juntas. Fue el hogar de 307 millones de hormigas. No obstante, el tsunami sufrido en 1993 ahogó a cientos de millones de hormigas a su paso y, muchos de los nidos se perdieron.

—¡Toda una tragedia! —pronunció con soniquete.

Me dije, «¡Qué falso sonaba!». Se alegraba de aquel desastre medioambiental. Los humanos como él se entretenían en pisar los nidos y en arrancarle las alas a nuestra especie. Una forma de diversión que se escapaba a nuestra lógica. Nos ven como insectos insignificantes que sobramos. Nada más lejos de la realidad, se estiman que somos unos 10.000 billones en todo el mundo y que en conjunto, pesamos más que toda la carne humana del planeta.

Jorge, un macho alado que hasta entonces había sobrevolado en una distancia prudencial fue incapaz de resistirse al tono del comentario y se acercó obviando las instrucciones de la reina. Froté mis patas delanteras para señalizar que toda iba bien y volvió a su puesto de vigía. A los pocos segundos, se aproximó de nuevo para infundirme ánimos. Comprendí que el tipejo reprimía la necesidad imperante que le nacía de no hacer aspavientos con la mano para espantarlo. Supuse que no quedaría bien en el video y desechó la idea. El emisario confiado se posó en el reposabrazos unos segundos. El tipejo se valió de un movimiento natural para dejar caer la mano sobre mi vigía. Mantuvo la posición unos segundos que sentí como una eternidad. Me invadió el nerviosismo: «¿Cómo se encontraba mi congénere?» La ira se desplegó dentro de mí hasta alcanzar su culmen. La mastiqué y la tragué. En un hormiguero lo importante es la sociedad y no el individuo. Exhalé aire cuando lo vi revoloteando de nuevo, no lo había alcanzado. Me dije: «¡Estúpido!, entrevistas a una hormiga y asesinas a otra en sus narices. ¿Qué clase de ente hace tal cosa?»

—La penúltima pregunta, llega desde Málaga, Mercedes escribe: «¿Es cierto que sois capaces de levantar siete veces vuestro peso?»

—No, es una creencia errónea. —Pensé: «Eso lo hacía David el gnomo». Percibí como resoplaba ante una mosca que se le había posado en la mano. Levantó su garra de forma sutil y la mató sin miramientos; acto seguido, de un manotazo dejó caer el cuerpo inerte. Sentí repulsión y como una tijera cortaba los filamentos de las dudas que había albergado hasta entonces. Mordiendo las palabras maticé: —Levantamos 50 veces nuestro peso. ¿Se imagina a un hombre de 70 kilos levantando 3500 kilos por encima de su cabeza como si nada? Con toda probabilidad se le consideraría un superhéroe.

El sujeto liberó una sonrisa socarrona ante mi comentario. Y se preparó para dar por concluida la entrevista. Había visto otras entrevistas con anterioridad, y supuse que esperaba los típicos elogios y agradecimientos por parte del entrevistado.

—Seguro que la mayoría de datos que se han revelado eran desconocidos para la mayoría de nuestros espectadores. Y más de uno tendrá curiosidad por conocer por qué al final vuestro hormiguero ha accedido a participar en nuestro programa: «Nos habla la naturaleza. ¡Escúchala!».

—El cambio climático está afectando a todas las especies del planeta. Un verano cargado de lluvias ha dificultado la recogida de alimentos para que las hormigas pasemos el invierno. Y las lluvias siguen presente azotando nuestros nidos. Algunas de nuestras crías ya han muerto por inanición. En estas fechas de exceso en la mesa, queríamos hacer un llamamiento para que las personas aporten su granito de arena. Estudiamos una ubicación segura para instalar comederos cerca de la entrada al nido: El bosque de las almas perdidas. —Seguí hablando de corrido, sin inmutarme; a pesar de que advertí que había apagado la grabación en cuanto hice referencia a la Navidad.

Se levantó del asiento dando por finiquitada la charla. No obstante, ya había pronunciado las palabras: «El bosque de las almas perdidas» para que Jorge ejecutase la señal acordada en el aire; no había marcha atrás. Necesitaba ganar un poco de tiempo y aproveché para soltar la tensión acumulada.

—Sé que cortará la última parte de la grabación. No tiene el mínimo interés en brindarnos ayuda. ¡No nos respeta! ¡Ha asesinado a un insecto en mi presencia!

—Solo se trataba de una mosca cojonera que me estaba tocando los huevos, como tú ahora. —Esbozó una sonrisa torcida y se dirigió hacia mí con el pie levantado. A mitad de camino se paró en seco. —¿Qué es ese ruido?

—No es un ruido. Es la melodía de cientos de hormigueros que se mueven como uno solo y borbotean por una presa. Hoy estamos de celebración, ¿sabe?, es víspera de Navidad y también dispondremos en nuestra mesa de nuestro particular banquete: Tú.

Alicia Adam

Idea original: Mercedes González.

Escribir un relato donde la protagonista sea una hormiga.

Fotografía: Laura Villatoro Blanco.

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