Encerrada

-Las locas de atar somos como una cartera vacía, condenadas a querer gastar lo que no se tiene.

-¿Dinero?

-No.

-¿Cordura, entonces?

-No.

La psiquiatra movió la cabeza de un lado a otro resignada. Lo había vuelto a hacer: atraparla en su dialéctica; un engrudo de palabras dirigidas por los años de estudio de una mente consumida por los libros.

Observó que hoy se sentía pletórica, el buen humor le había ido llegando de la nada durante la sesión y le concedería algunos minutos más de tiempo.

El reloj de pared dio las cinco con un sonido metálico inusual.

-Dígame, a su entender, ¿qué es lo que tienen en común una loca de atar y una cartera vacía? ¿Qué querrían comprar?

-Una vida sin barrotes, doctora. -Se levantó y acarició el reloj como tantas otras veces. Aprovechó un leve descuido de su loquera, para colocarse detrás  de ella e inhalar su alma, al tiempo que  imaginaba la trigésimo tercera forma de matarla para escapar de su encierro, está vez con un cuchillo escondido en el reloj de pared.

ALICIA ADAM

 

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